El agua, la electricidad y la miseria política

Miguel Leonardo Rodríguez

 

En el año 2016 deberíamos estar cerrando un periodo de cuatro años con una de las más cruentas sequías de las que se tenga memoria, y de funestas consecuencias que nos exigen cada día mayor grado de conciencia en la valoración y uso responsable del agua potable y la energía eléctrica. Una acción que debe ser asumida activamente por todos.

Sería egoísta de nuestra parte pretender endilgarle los efectos de esta coyuntura climática y los problemas asociados con su escasez simplemente al gobierno nacional, culparle de un fenómeno extraordinario y sin precedentes en el país, que ha sido reconocido por los expertos del mundo por guardar estrecha relación con el calentamiento global del planeta y la alta vulnerabilidad que nos caracteriza a los países periféricos del capitalismo ante la inminencia de estos eventos extremos.

Una situación que cobra especial importancia en la sociedad contemporánea toda vez que, al convertirse la electricidad y el agua potable en servicios públicos esenciales, exigen de los ciudadanos el uso responsable de los mismos.

Es común que todos hablemos de la «luz» cuando nos referimos a la energía eléctrica, ya que uno de los resultados de ese flujo de electrones es el encendido de millones de bombillos que dan luz a hogares, escuelas, fábricas, parques y calles todos los días del año. Es esa misma energía eléctrica que, en el mundo actual, constituye el motor de casi todas las actividades que podamos imaginar, necesarias para el desarrollo humano y para elevar el estado de bienestar.

En el caso del agua potable, ya no se trata de flujo de electrones sino de moléculas de H2O, el cual es referido frecuentemente por muchos como «el vital líquido» puesto que sin él es imposible la existencia de la vida.

En nuestro país existe una marcada inter-relación entre estos dos recursos, que se hacen casi imprescindibles la una para la otra, o lo que es lo mismo, sin una no tendremos el acceso a la otra y viceversa. Aunque esto parece tan obvio, a veces no es del manejo de todos. Venezuela es uno de los pocos países del mundo donde, de manera mayoritaria, la energía eléctrica es generada por el aprovechamiento del agua que mueve turbinas, luego pasan a unos generadores y tenemos como resultado la transformación de la energía cinética en energía hidroeléctrica, la cual representa cerca del 65% de la generación en todo el territorio nacional.

Se trata, entonces, de energía limpia porque de ella no se generan emisiones de gases de efecto invernadero. Esta proeza de la naturaleza es posible por las condiciones especiales del río Caroní que, con una pendiente ligeramente mayor al 6% y un lecho rocoso del río que garantiza un mínimo aporte de sedimentos, fueron determinantes en la construcción del embalse del Guri y la instalación de tres centrales hidroeléctricas y una más en construcción.

Ahora, cuando tenemos una sequía como la de los últimos tres años y a la cual se le suma el año 2016, que desde ya es catalogada como la más severa de los últimos 200 años, particularmente por efecto del fenómeno de El Niño en esta región de Suramérica. Antes, en estas circunstancias, era muy poco probable no atravesar por los problemas que actualmente estamos viviendo, debido al bajo caudal del río Caroní, que ha llegado a niveles mínimos históricos. Esto, por supuesto, hace casi imposible mantener el volumen de agua a turbinars y por consiguiente mantener los niveles de generación requeridos por el Sistema Eléctrico Nacional.

El enemigo busca un colapso de los servicios elementales

El enemigo busca un colapso de los servicios elementales. Para poder mantener el abastecimiento de agua potable en las condiciones actuales de sequía debemos confrontar las mismas dificultades técnicas y operativas determinadas, en parte por los niveles críticos que mantienen los embalses usados para el abastecimiento de agua potable a través de los sistemas de aducción y distribución de agua potable, y por la otra debido a que en su mayoría estos requieren ser impulsados por sistemas de bombeo que a su vez también necesitan de la energía eléctrica para su funcionamiento.

Estamos entonces ante un problema realmente crítico con el que no se puede estar haciendo politiquería de una situación que tiene su origen en causas absolutamente naturales, que escapan del ámbito de las decisiones de gobierno, pretendiendo asignarle exclusivamente esta responsabilidad al presidente Nicolás Maduro y a la Revolución Bolivariana, vale decir, al chavismo.

Sería irresponsable negar o desconocer lo que está ocurriendo en los demás países del continente, que como referencia cercana podemos ver a Colombia. Donde precisamente no cuenta con un gobierno de izquierda y mucho menos chavista, y sin embargo los efectos no se han hecho esperar y hoy lamentamos y nos solidarizamos de la situación de sequía por la que están pasando también nuestros hermanos colombianos.

Sin embargo, lo que sí ha sido diametralmente distinto es que nuestro gobierno siempre ha actuado guiado por el sentir de la gente, buscando que estas situaciones de contingencias tengan el menor impacto posible en la población y que estos servicios fundamentales para la vida tengan un precio asequible.

Hay que recordar que en Venezuela tenemos las tarifas de electricidad y agua potable más bajas del continente y posiblemente del mundo, todo ello dentro de una concepción humanista y no mercantil de estos y otros servicios básicos. Esta no es la misma realidad en otras latitudes, donde confrontan las mismas circunstancias, y paradójicamente el acceso a los mismos está muy restringido porque tienen un alto costo para la población.

Aunque debemos decir con toda responsabilidad que a veces no nos percatamos o somos conscientes de ello, creándose una cultura del derroche que en situaciones como las que estamos viviendo pueden traer consecuencias impredecibles. No nos cansaremos de repetir que el problema es de todos, y tanto la electricidad como el agua no tienen color político.

Se ha llegado a un punto donde es condición sine qua non tomar medidas que indudablemente se traducirán en alguna incomodidad para buena parte de la población, pero no se puede llevar al país a condiciones de colapso, la cual es esgrimida por actores políticos, tomando este tema como ingrediente para sazonar e insuflar la ya compleja situación política. Es así que hemos leído con mucho dolor cómo mentes enfermas o disociadas escriben y hacen llamado por las redes sociales a que se aumente el consumo de energía lo más que se pueda y a no ahorrar agua para acelerar la crisis y que lleguemos a niveles de emergencia o calamidad.

Por eso decimos que la luz y el agua, entre otros servicios, no tienen color político partista y no puede nuestro pueblo permitir que el mismo sea utilizado como un elemento para la confrontación, que tal discusión sí queremos darla, debe darse dentro del plano del debate de las ideas y bajo ningún escenario en condiciones que nos lleven a una confrontación violenta en el seno del pueblo venezolano.

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