Timoleón Jiménez
La aparición de Chávez en el escenario latinoamericano se produjo hace 25 años, con el intento frustrado de golpe contra el gobierno corrupto y neoliberal de Carlos Andrés Pérez. Un continente en el que gobiernos e intentonas militares dejaron nefasto recuerdo, no recibió con entusiasmo la incursión del teniente coronel, al que se asimiló de entrada con los gorilas del cono sur.
Equivocación odiosa, que generó desconfianzas en muchos movimientos políticos. Estas solo desaparecieron cuando lo vieron emerger en medio de impresionantes multitudes tras el golpe contra su gobierno en el año 2002. La curiosidad hacia él se hizo evidente, qué pensaba realmente, qué proponía para haberse ganado tal animadversión imperialista y oligárquica.
Pero sobre todo, qué estaba haciendo para que millones de venezolanos, sobre todo humildes, se lanzaran a la calle, sin armas, llorando de rabia y dispuestos a hacerse matar por su regreso a la Presidencia. Fue claro que había dos países en Venezuela, el de los empresarios y sindicatos corruptos hincados ante Washington, y el de la gente que creía y esperaba cambios.
El primero lo tenía todo. Dinero, poder, alcurnia, medios masivos de comunicación, apoyo de los Estados Unidos. El segundo en cambio estaba hacinado en las grandes barriadas populares, necesitado con urgencia de recursos, trabajo, educación, salud, vivienda, derechos elementales que les habían sido negados siempre. Y reconocía en Chávez su única esperanza.
Por vez primera un gobierno había tocado a sus puertas, para invitarlos a hacer parte de la vida política del país, a organizarse, a luchar por sus reivindicaciones. Los tomaba en cuenta, los respetaba y ayudaba, hacía realmente obras para ellos, gobernaba para los desharrapados antes que para los terratenientes y el gran capital como había sido siempre.
El 11 de abril de 2002, como se demostró posteriormente, fue el producto de una conspiración criminal, en la que se movilizó gente engañada al lado de la de las clases altas, con un plan previo de generar caos. Francotiradores, destrucción general, asesinatos y violencia extrema fueron presentados por los medios como legítima protesta contra una dictadura infame.
La historia se repite quince años después. Los Estados Unidos harán hasta lo imposible porque las mayores reservas petroleras del mundo vuelvan a su control. Por exterminar de raíz el ejemplo de un pueblo que recupera su dignidad y emprende su propio destino. Capitalistas y terratenientes locales apuestan de nuevo a recuperar la torta perdida, al precio que sea.
Han sido 18 años de sabotaje permanente, de zancadillas y tropeles cuidadosamente tejidos para generar la impresión de que los malos son los otros. Los que no saben nada de economía, ni de administración, ni de política, los chambones que lanzan un país al desastre con el pretexto de una ideología que además les sirve para llenar sus bolsillos.
Estrategias mediáticas ligadas al desorden que se encargan de sembrar al interior de un país en el que su pueblo marcha por caminos distintos a los dictados por los organismos multilaterales de crédito. Es imposible no recordar el Chile de Allende, sumido en el desespero por la especulación y el acaparamiento. En la revolución sandinista asediada por los contras y su ira asesina.
En la Cuba del Che Guevara y Fidel, victimizada por el terror imperialista de Playa Girón, los múltiples atentados, el bloqueo económico, las conspiraciones nacidas de la OEA, los planes para asesinar su dirigencia, la infiltración de agentes y la creación de falsos liderazgos al servicio del imperio. En la Colombia paramilitarizada y aterrorizada para que odie a las FARC.
El mundo de hoy afronta una estrategia de dominación novedosa, en la que verdad y realidad ceden su lugar a la apariencia y la mentira difundidas en gran escala por poderosas cadenas informativas. En 2003 los intereses imperiales se empeñaron en sembrar la idea de un Irak dispuesto a usar armas químicas y de destrucción masiva que poseía a granel en sus arsenales.
El resultado final fue más de un millón de inocentes iraquíes asesinados impunemente, un país destruido y sumido en el desconcierto, en el que jamás se halló una sola de las armas que le acusaban poseer, pero con todo su recurso petrolero en manos de las grandes compañías de la coalición justiciera. Que ahora se sepa la verdad no cambia nada, el mal es irreversible.
Nadie que no sean los iraquíes habla de los crímenes de humanidad cometidos contra ellos por el imperio, sin obtener cabida en la gran prensa mundial que todo lo controla. Para nadie es un secreto que grupos terroristas como Al Qaeda y los muyahidines de Osama Ben Laden en Afganistán fueron creados, financiados y entrenados por la CIA en su obsesión antisoviética.
Y que tras los atentados del 11 de septiembre sirvieron a la vez como pretexto para invadir Afganistán y declarar la absurda guerra contra el terrorismo de Bush. No fue escándalo que para la Secretaria de Estado Hillary Clinton, estuviera claro que nuevamente Al Qaeda estaba de parte de USA en Siria, combatiendo al lado del siniestro Daesh contra el nuevo satanás al Asad.
Hemos visto derrocar a Zelaya en Honduras, a Lugo en el Paraguay, a Dilma en Brasil, a la vez que hundir en el desprestigio a Cristina Kirchner, en cumplimiento de la determinación de los centros de poder del capital trasnacional. Los mismos que destrozan al pueblo palestino en medio oriente a fin de garantizar la supervivencia de Israel como guardián de sus intereses en la región.
Venezuela no es más que el ejemplo más cercano, de cómo se convierte en incapaz y totalitario a un gobierno, que mediante un bello experimento de democracia y tolerancia, construye una alternativa económica y política frente al designio neoliberal. A la manipulación de parte de la población sumida en la impaciencia, se une la barbarie de una extrema derecha criminal.
Que se ampara en su poder mediático. Que ignora la existencia de un aplastante movimiento de masas populares que no cesan de apoyar a su gobierno legítimo. Para la prensa colombiana no existen el fervor chavista ni las multitudes que rodean a su Presidente. Únicamente los otros, las arribistas capas medias, las bandas violentas y asesinas a las que describen como pueblo.
Y que tienen un curioso parecido con las bandas paramilitares colombianas, que en su momento fueron presentadas en los grandes medios como salvadores de la patria. Actúan con el mismo odio con el que en nuestro país se expresan y obran los enemigos de la paz. Hablan de sacar a patadas, incendian, atacan las obras sociales de la revolución, destruyen, matan.
En medio de semejante confusión creada desde las alturas del gran capital y la tierra, las FARC no podemos guardar silencio en aras de ganar simpatías. Respaldamos a Nicolás Maduro Moros y la revolución bolivariana, denunciamos la embestida criminal de que son víctimas, llamamos al pueblo colombiano a no dejarse engañar. Urge buscar otras alternativas para informarse.
Ninguna obra humana es perfecta y seguramente que pueden haberse cometido errores, que pueden repararse y superarse. Pero no son la corrupta oligarquía colombiana ni sus aparatos de opresión los llamados a dar lecciones de democracia y decencia, cuando han generado en nuestro país un caos mucho mayor y lo dominan mediante un baño de sangre popular permanente.
La Habana, 21 de abril de 2017
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